17/6/13

Hermosa poesía para recitársela a papaíto en el día del Padre

 Hoy día de los Padres, papaíto quisiera
dedicarte un minuto de recuerdo siquiera
y al fin cantarte el himno del amor, oh papaíto
que escribirte no pude cuando estaba chiquito.

   ¿Y cómo no escribírtelo, papaíto querido,
si tú eres el único papá que yo he tenido
y yo debo quererte nada más que por eso,
ya que cada pulpero debe alabar su queso?

   Además, hay muy pocos papás, oh papaíto,
que, como tú, merezcan un canto bien bonito,
pues siempre como padre fuiste un padre sin menguas,
pese a lo que en contrario digan las malas lenguas.

   Cierto que te gustaban los palitos y a veces
cogías unas monas que te duraban meses
y que cuando llegabas a casa en ese estado
dabas unos escándalos de sacarte amarrado.

   Mas yo sé, papaíto, yo lo sé aquí en lo hondo,
que, no obstante, esa maña tú eras muy bueno en el fondo;
pero aún cuando hubieras sido un monstruo maldito,
¡yo te sigo creyendo muy bueno, oh papaíto!

   Porque tú me inculcaste, papaíto, el ejemplo
de que un hogar auténtico debe ser como un templo.
Cierto que tú solías beber como un verraco
convirtiendo tu hogar en un templo de Baco…

   Pero tú a pesar de eso —vuelvo y te lo repito—
¡tú eras bueno en el fondo, muy bueno, papaíto!
Tú con nosotros fuiste, pese a ser tan bohemio,
como no hubiera sido quizá ningún abstemio.

   ¿Te acuerdas de la histórica noche en que yo nací?
Tal vez tú no te acuerdes, papá, pero yo sí:
Rascado como estabas, te me quedaste viendo
y al final exclamaste: ¡Qué bicho tan horrendo!

   Y gritabas en tanto te sacaban del cuarto:
¡Devuélvanme mis reales! ¡Yo no pago ese parto!,
mientras mamá gemía que dejaras la bulla
y el médico partero llamaba a la patrulla.

   Después de aquella escena que yo encontré tan tierna,
siguieron tus ejemplos de ternura paterna:
inventaste, ofendiendo gravemente a mi madre,
que yo no era hijo tuyo sino de tu compadre.

   Preferías —decias— verme clavar el pico
que darle a mamá un fuerte para la leche Drico.
Y agregabas de un modo tan rudo como cruel:
¡Pídesela al compadre, que ese muchacho es de él!

   Aún la veo acechándote por los alrededores
de aquella taguarita del Puente de Dolores
para que le entregaras los churupos del diario
antes que te rascaras con mi padrino Hilario.

   Tú, si no la insultabas, la tomabas en chanza
y ella pacientemente seguía su acechanza…
Aun te escucho diciéndole: ¡Carrizo, no me aceche,
mientras yo reclamaba: mamaíta, mi leche!

   ¿Cómo olvidar tampoco la Nochebuena aquella
en que llegaste a casa metido en la botella
y agarrando una vieja pantufla de cocuiza
me diste de aguinaldo mi primera cueriza?

   Fue la primera noche que me meneaste el frito…
¡Por eso no la olvido jamás, oh papaíto!
Y tú también la debes recordar muy bien
porque mamá esa noche te embromó a ti también.

   ¡Ah papá, cómo evoco tus sabrosas cuerizas
tus clásicos trompones, tus nalgadas castizas
y tus pelas que hacían salir a mamá
con la escoba en la mano gritándote: Yastá!

   Y entonces papaíto, demudado el semblante,
la agarrabas a ella de atrás para adelante
y entraban los vecinos —unos noventa o cien—
que al llegar la patrulla los rodaba también.

   Así fue, papaíto, como yo con tu ejemplo
aprendí a comprender que un hogar es un templo:
Hombre ya hecho y derecho, hoy tengo mi hogar propio
donde de aquel modelo totalmente me copio.

   Y en prueba de lo dicho te va esta poesía
que te estoy escribiendo desde la policía.


Por:  Aquiles Nazoa - Humorista y autor Venezolano (1920-1976).

Creo en mi Corazón

Creo en mi corazón, ramo de aromas
que mi Señor como una fronda agita,
perfumando de amor toda la vida
y haciéndola bendita.

Creo en mi corazón, el que no pide
nada porque es capaz del sumo ensueño
y abraza en el ensueño lo creado:
¡inmenso dueño!

Creo en mi corazón, que cuando canta
hunde en el Dios profundo el franco herido,
para subir de la piscina viva
recién nacido

Creo en mi corazón, el que tremola
porque lo hizo el que turbó los mares,
y en el que da la Vida orquestaciones
como de pleamares.

Creo en mi corazón, el que yo exprimo
para teñir el lienzo de la vida
de rojez o palor y que le ha hecho
veste encendida.

Creo en mi corazón, el que en la siembra
por el surco sin fin fue acrecentando.
Creo en mi corazón, siempre vertido,
pero nunca vaciado.

Creo en mi corazón, en que el gusano
no ha de morder, pues mellará a la muerte;
creo en mi corazón, el reclinado
en el pecho de Dios terrible y fuerte.


Por:  Gabriela Mistral.

La Gran Alegría

LA sombra que indagué ya no me pertenece.
Yo tengo la alegría duradera del mástil,
la herencia de los bosques, el viento del camino
y un día decidido bajo la luz terrestre.

No escribo para que otros libros me aprisionen
ni para encarnizados aprendices de lirio,
sino para sencillos habitantes que piden
agua y luna, elementos del orden inmutable,
escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas.

Escribo para el pueblo, aunque no pueda
leer mi poesía con sus ojos rurales.
Vendrá el instante en que una línea, el aire
que removió mi vida, llegará a sus orejas,
y entonces el labriego levantará los ojos,
el minero sonreirá rompiendo piedras,
el palanquero se limpiará la frente,
el pescador verá mejor el brillo
de un pez que palpitando le quemará las manos,
el mecánico, limpio, recién lavado, lleno
de aroma de jabón mirará mis poemas,
y ellos dirán tal vez: "Fue un camarada".

Eso es bastante, ésa es la corona que quiero.

Quiero que a la salida de fábricas y minas
esté mi poesía adherida a la tierra,
al aire, a la victoria del hombre maltratado.
Quiero que un joven halle en la dureza
que construí, con lentitud y con metales,
como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida,
y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron
mi alegría, en la altura tempestuosa.


Por: Pablo Neruda

Destino


Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.



El hombre es animal de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.



Ah, pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.



El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo de un tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)

igual a su enemigo.



Damos la vida sólo a lo que odiamos.

Por Rosario Castellanos

Elegía para mí y para tí

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente de mi sueño.
Un año y otro año caerán como hojas secas
de las ramas del árbol milenario del tiempo,
y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y quizá, poco a poco, dejaré de hacer versos,
bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.
Tú, que nunca soñaste mas que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.

Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré quizá: "Qué linda es todavía."
Tú quizá pensarás: "Se está poniendo viejo"
Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo o con otra.
o tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.

Y seguirá muriendo la vida, año tras año,
igual que un río oscuro que corre hacia el silencio.
Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.
Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos....

Y pasará la vida. Yo seguiré soñando;
pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño.
Yo ya te habré olvidado definitivamente
y sobre mis rodillas retozarán mis nietos.
(Y quizá, para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.

Y una tarde de sol me cubrirán de tierra,
las manos para siempre cruzadas sobre el pecho.
Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo.
Y cada primavera renacerán las rosa,
aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto. 


Por José A. Buesa (Cubano)